El vino es, sin lugar a dudas, uno de los productos de
consumo dónde más y mejor se ha desarrollado el análisis sensorial. Los métodos
más tradicionales han cedido espacio a técnicas más perfeccionadas que permiten
valorar «objetivamente» las cualidades de un vino. Presidió la mesa Josep
Guasch, de la Facultad de Enología de la Universidad Rovira i Virgili.
La primera ponencia corrió a cargo de José Antonio Suárez
Lepe, del Laboratorio de Enología de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros
Agrónomos de la Universidad Politécnica de Madrid. Su intervención se
fundamentó en explicar la contribución de levaduras y bacterias en los aromas
de un vino. Éstos son variadísimos y dependen de múltiples factores, entre los
que la actividad microbiana es fundamental. Es complejo analizar cuál es la
contribución de los muchos metabolitos microbianos generados durante el proceso
de fermentación, aunque en algunos casos ya se ha identificado su impacto en el
aroma global y el grado de aceptación por parte del consumidor. Las lactonas,
por ejemplo, son importantes para otorgar a los amontillados de Jerez su
peculiar aroma, con tonalidades de nuez y limón. Además de los metabolitos
volátiles, las mismas bacterias pueden contribuir a aumentar las cualidades
olfativas, especialmente en vinos tintos y blancos. Del mismo modo, las
condiciones de fermentación y el sustrato utilizado pueden modificar el aroma
de un vino. Súarez Lepe recuerda también que, apartando los prejuicios, la
ingeniería genética, utilizada para modificar bacterias y levaduras, debe
tenerse en cuenta por los posibles beneficios (y perjuicios) que puedan aportar
a las características de un vino.
Vicente Ferreira, del Departamento de Química Analítica de
la Universidad de Zaragoza, se preguntó en su ponencia si el aroma de un vino
puede explicarse con una ecuación química. Tradicionalmente, se había
considerado que los componentes que intervenían en la generación de los aromas
del vino eran tantos y tan variados, que explicarlos mediante una ecuación se
convertiría en una tarea imposible. Los resultados del trabajo de Ferreira en
cambio, indican todo lo contrario. Si bien es cierto que es impensable
reconstruir, al menos ahora, la complejísima red de notas que tejen el aroma de
un vino tinto; vinos de composición más sencilla, como algunos rosados y
blancos, pueden explicarse mediante «ecuaciones» relativamente simples y
reproducir su perfil sensorial de manera sintética. De los 800 compuestos
identificados que contribuyen al aroma, sólo 40 son realmente significativos.
Según Ferreira, las técnicas de cromatografía de gases y olfatimetría, las
estrategias de aislamiento e identificación, la utilización de métodos
cuantitativos de análisis, el uso de modelos multivariantes para identificar la
relación entre compuestos y sentidos y finalmente, las estrategias de reconstrucción y omisión
permitirán con el tiempo, desarrollar artificialmente el aroma de los vinos.
Jordi Torrens, del Departamento Técnico de Freixenet, expuso
los resultados de su trabajo, basado en encontrar compuestos que permitan
identificar la procedencia, el tiempo de crianza y la variedad de vinos y
cavas. Las técnicas utilizadas han permitido definir la correlación entre el
contenido de ésteres etílicos y acetatos con estos últimos parámetros
definitorios. Así, se ha podido observar que el contenido de ambos compuestos
en el cava es menor cuanto mayor es el tiempo de crianza. Además, los ésteres
aumentan su contribución en el aroma del cava con el tiempo de crianza. Según
Torrens, es muy probable, que el análisis de estos compuestos en el vino base
permita predecir en un futuro cuáles serán las cualidades aromáticas del cava
de un vino base y sus condiciones de crianza.
Carmen Polo, del Instituto de Fermentaciones Indutriales,
ofreció una visión de las técnicas que se utilizan actualmente para medir la
calidad espumante de los vinos. Entre las más usadas se encuentran las imágenes
obtenidas de cámaras fotográficas y videos o los métodos que miden con elevada
precisión la altura que alcanza la espuma en una columna. Carmen Polo considera
que por el momento, estas técnicas no pueden sustituir al catador, en todo caso
pueden complementar sus observaciones. Además, valora la necesidad de
desarrollar y usar fichas de cata más elaboradas, que permitan definir mejor la
calidad de la espuma de los vinos espumosos.
La última intervención de la mesa fue para Mª Luisa
González, del Área de Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Burgos.
Los compuestos fenólicos y su relación con el color, aspecto visual y flavor de
los vinos centraron esta ponencia. El conocimiento actual de estos compuestos
permite atestiguar que intervienen en el color, la luminosidad y la turbidez; a
la vez que lo hacen en sensaciones gustativas cómo la astringencia o el
amargor. Los últimos estudios indican que las sensaciones astringentes proceden
de la interacción entre ciertos fenoles (en especial el flavan-3-ol) y las
proteínas salivares, mientras que la relación de éstos con los fosfolípidos de
las membranas celulares confiere a los vinos su gusto amargo.
La mesa concluyó con un debate fundamentado esencialmente,
en la potestad por modificar artificialmente los vinos para obtener
determinadas características y la conveniencia o no de hacerlo.
|