Existe una documentada polémica científica a la hora de fijar las definiciones de sensación y percepción, polémica que suele involucrar los mecanismos que rigen tales procesos, así como las condiciones en que se producen.
Esta falta de acuerdo en conceptos tan básicos y determinantes tiene su principal origen en la disparidad y, por tanto, incomunicación entre las diferentes disciplinas científicas que se interesan por el tema.
Dentro de la discrepancia existe un cierto consenso por lo que respecta a situar la sensación en el territorio de las respuesta de los órganos de los sentidos frente a los estímulos que reciben del exterior. Sin embargo, no existe el mismo acuerdo respecto de la percepción, aunque queda de manifiesto que la mayoría de las teorías sitúan a la percepción entre la sensación y la respuesta emocional elaborada por el cerebro.
Un intervalo de actuación tan amplio introduce un alto grado de indefinición, lo que dificulta la identificación de reglas de funcionamiento contrastables. En animales (y sistemas no biológicos) homeotermos, las variables físicas del entorno no han representado una preocupación en cuanto a establecer una sistemática perceptiva, ya que se acepta la hipótesis de que los sistemas sensoriales imponen, con su capacidad de regulación térmica, valores estables a la muestra, representada en nuestro caso por el estímulo exterior. Es ésta una creencia que debería ser contrastada ya que si un rayo de luz no se comporta igual al atravesar una atmósfera a 20 ºC que a -40ºC, con mayor razón una molécula no tiene por qué producir la misma sensación olfativa sometida a diferentes condiciones físicas de partida, ni un sorbo de líquido producir impresiones tacto-gustativas comparables frente a distintos niveles de humectación de los receptores.
Sin embargo, presión, temperatura y humedad no son las únicas variables capaces de modificar las propiedades sensoriales de la materia y la energía, alterar la forma habitual de la percepción de un estímulo y modular la consiguiente reacción del organismo a tal percepción (que podemos denominar convencionalmente como emoción). Existe algo inmediato y ubicuo que se denomina gravedad.
Actualmente disponemos de una corriente de investigaciones cuyo objetivo común es determinar la influencia de la gravedad en la percepción: tanto en microgravedad como en hipergravedad. Se trata de un tema de gran interés tecnológico puesto que existen seres humanos que se ven expuestos temporalmente a situaciones de gravedad alterada y se han descrito suficientemente los cambios que experimentan en sus sensaciones y percepciones. Mas allá de la vistosa casuística que puedan presentar los astronautas en ausencia de gravedad, como la insensibilización de las papilas gustativas, una adecuada profundización en la variabilidad de la gravedad puede proporcionarnos valiosa información sobre los mecanismos moleculares de los receptores sensoriales en la conversión de los estímulos exteriores en señales interiores. Se trata de una prometedora vía alternativa de investigación, libre de los inevitables condicionantes termodinámicos, a la hora de desentrañar el funcionamiento de los sentidos y poder encontrar, de un parte, posibles soluciones a las disfunciones sensoriales que presentan algunos humanos y, de otra,conocer los mecanismos energéticos y moleculares de los sentidos. Conocimiento a partir del cual podremos realizar emulaciones más precisas de su funcionalidad mediante sistemas tecnológicos y obtener interfícies sensoriales selectivas, precisas o extensas y especializadas en variables sobre las que biológicamente no poseemos sensibilidad alguna. Un camino de futuro que ya ha comenzado.
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