Nuestros sentidos humanos son receptivos a una amplia gama
de energías, y prácticamente a cualquier materia con la que coincidamos. Pero
la forma en que abordemos sensorialmente esa materia, al igual que la forma en
que nos aborda la energía, compromete la utilidad o el provecho que obtengamos
de la coincidencia. No cabe duda que la alimentación es una de nuestras
actividades más comprometidas, tanto desde un punto de vista vital como
sensorial. Por tanto, ingerimos alimento, pero también información sensorial;
buscamos supervivencia y, una vez alcanzada, perseguimos sensaciones.
No es de extrañar que en la última edición de Alimentaria
(Barcelona, marzo de 2002), la sección Innoval dedicada a la innovación
aplicada a los alimentos, exhibiese una galería de nuevos productos que
podríamos agrupar en dos categorías: los que proclamaban alguna aportación
sensorial, un matiz o novedad reconocible al ser ingeridos y los que aportaban
novedades respecto a sus efectos en la salud de los consumidores. En todos
ellos, sin embargo, mediaba un prospecto que, redactado y diseñado con mayor o
menor fortuna, acercaba visual y dialécticamente el lector a las promesas
sensoriales (o salutíferas) del producto presentado. Ninguna oportunidad para
que esa amplia gama de materia y energías a las que somos sensibles nos
“informara” directamente de cuanto nos ofrecían. La falta de propuestas
sensoriales globales y de envergadura para envoltorios, recipientes, formas,
etiquetas, gamas cromáticas o marcas no hacía sino poner de manifiesto, una vez
más, la escasa o nula presencia del diseño sensorial en la presentación de
productos alimentarios.
Es necesario que el acercamiento al consumidor se realice en
base a explicitar el análisis organoléptico de aquello que se ofrece como
delicioso, para lo cual no es suficiente una detallada enumeración de
ingredientes sin otro aliciente que cumplir el trámite (frecuentemente
engorroso) de la normativa vigente, ni un llamativo packaging del continente,
que poco o nada tiene que ver con las auténticas formas sensoriales del
contenido.
El diseño sensorial no es el arma infalible para vender
envoltorios asombrosos. Debe convertirse en el instrumento que reconcilie
productos excelentes con nuestros sentidos y nos brinde la oportunidad de
percibirlos en toda su idoneidad. Evitaremos así la paradoja de sobrevivir
alimentariamente con artículos que nos ofrecen un supuesto, por imperceptible,
lujo sensorial.