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Masticar el miedo
[Chewing the fear]
Un equipo de investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Barcelona, en colaboración con varios institutos de investigación europeos, han encontrado evidencias experimentales de que un locus o región del cromosoma 5 de ratas determina pautas de comportamiento relacionadas con manifestaciones de miedo.

Puesto que la base neuronal del miedo se conserva a través de las especies, los investigadores presumen que este locus génico tendrá una influencia relevante en la ansiedad humana.

Para provocar miedo en los animales de observación, el experimento prevé diferentes situaciones en las que la percepción del entorno y, en especial, las características sensoriales del mismo constituyen las variables experimentales que las ratas deben afrontar: recorridos con presencia o ausencia de zonas fuertemente iluminadas y con descargas de sonido, junto a escenarios con dimensiones críticas del espacio (altitud y superficie abierta).

Más allá de los objetivos de la investigación parece deducirse, tras la lectura del trabajo, que la reacción frente a la realidad percibida y la constatación de una cierta “desmesura” en sus magnitudes son los detonantes del pánico: “demasiado alto”, “demasiada luz (oscuridad)”, “demasiado ancho (angosto)”, “demasiado ruido (silencio)”, siempre seguidas del condicionante “para mí”, serían las particulares conclusiones que provocarían reacciones de ansiedad en los animales (y, potencialmente, en los humanos). Miedo que, de ser cierto lo presumido, sería un comportamiento elaborado por contraste entre lo percibido por nuestros sentidos y lo asumido como tolerable en nuestro genoma.

Nosotros podemos “sentir” pánico enfrentados a una altitud percibida como excesiva. La gama de reacciones de ansiedad ante el exceso o la ausencia de luz por parte de los humanos es prácticamente infinita, al igual que las producidas por el exceso o ausencia de sonido. Pero, ¿hay sabores y olores que, en determinadas cantidades, pueden desencadenar nuestros miedos? ¿Habrá un aroma “excesivo” que desate el pánico o que, por el contrario, lo conjure?

Y, aún más, ¿encontraremos más predisposiciones genéticas a reaccionar según la composición sensorial del entorno? De momento, sabemos que hay ratas genéticamente predispuestas a “masticar el miedo”. Y puede que algunos de nosotros, también.

Más información:
Alberto Fernández-Teruel et al.: «A Quantitative Trait Locus Influencing Anxiety in the Laboratory Rat», Genome Research 2002; 12: 618.


 

[+EDITORIAL]
30/04/02
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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