Los sistemas sensoriales biológicos
más evolucionados podrían constituir, a efectos
del estudio de su dinámica y funcionalidad, ecosistemas
consolidados. Así lo sugieren la riqueza y diversidad
de sus receptores, líneas de comunicación, interacciones
informacionales y la especialización de sus componentes.
La complejidad que presenta su estructura, con amplias zonas aún por
interpretar, constituye el primer referente en la tarea de
dar una respuesta coherente a la necesidad de generar y gestionar
un modelo de realidad, útil al organismo propietario
del complejo sensorial. Una realidad que no deja de ser consecuencia
de la evolución de los correspondientes balances de
materia, energía y, por encima de todo, de información
que genera tal ecosistema.
Al igual que cualquier otro sistema abierto, está expuesto a las inestabilidades
y oscilaciones habituales y, por su carácter ecológico,
también a sufrir los rigores de la contaminación.
Específicamente, la contaminación sensorial.
Un fenómeno de definición todavía confusa
que supone la presencia en el sistema de impulsos en forma
molecular o de radiación no detectables por los receptores
o que se encuentren en concentraciones que impidan su normal
procesamiento y desaparición. En tales sistemas sensoriales,
sin embargo, hay un causa especialmente perniciosa de contaminación:
se trata de la presencia continuada de impulsos que, o bien
requieran un esfuerzo de procesamiento desproporcionado respecto
de la información obtenida de ellos, o bien contengan
informaciones sensoriales previsibles, triviales, con aportaciones
escasas al sustrato de experiencias rentables, también,
percepciones inapreciables, redundantes, de perfil simple.
Su presencia continuada desencadena una fatiga en el procesamiento,
que no se ve «premiada» por la recompensa de un
caudal de información.
Conocemos los efectos negativos de la falta de flujo informacional en el sistema
neurológico, en especial sobre el sistema sináptico
y, consecuentemente, la pérdida de riqueza en el entramado
que genera la realidad. Este deterioro es fácilmente
observable en los animales superiores, pero tiene una especial
incidencia en humanos, en calidad de grandes consumidores
de información.
Puede que sea innecesario plantear ejemplos de cómo se produce la contaminación
sensorial en humanos, y las nefastas consecuencias que se
derivan de ella, a nivel individual y social, por la manifiesta
falta de consistencia y estructura de la realidad obtenida
en tales condiciones. Será suficiente, sin embargo,
en esta primera toma de contacto con el fenómeno, poner
énfasis en la creciente antropomorfización de
los estímulos sensoriales que bombardean nuestra superficie
sensorial a diario. Una antropomorfización que empieza
a ser sinónimo de estímulo hueco, baja densidad
informacional y procesamiento ímprobo.
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