Zygmund Bauman, filósofo de la modernidad, describió con precisión, hace casi una década, los ingredientes de la realidad que ahora caracterizan nuestra sociedad: el olvido y el desarraigo afectivo como factores de éxito, la fragmentación de los intereses, el abandono de los compromisos, la fragilidad de los lazos en una sociedad en que la esfera comercial lo impregna todo y en la que las relaciones se miden en términos de costo y beneficio. Donde el triunfo se contrapone a la exclusión.
Para Bauman, la identidad de esta sociedad es simple mercancía: ondulante, espumosa, resbaladiza, hasta hacerse acuosa, metáfora que ha dado pie a su expresión más mediática: la modernidad líquida como categoría sociológica.
En la transcripción sensorial de este paradigma, lo líquido retiene aún aspectos de una cierta solidez. Hay pensadores que consideran que la realidad evanescente y liviana que describe Bauman merece un calificativo más apropiado: espumosa. De hecho, la realidad que llega a nuestros sentidos se percibe como «excesivamente pesada» por una gran parte de los miembros de las sociedades opulentas que, paradójicamente, han ido reduciendo de modo drástico el volumen de sus comidas y los intervalos de su ingesta. Comer es, cada vez más, un símil de respirar. Esa es una poderosa razón para desarrollar una realidad más sintética, más alejada, menos comprometedora. En esa dirección apunta el proyecto Toward Real Virtuality (véase Industria en este mismo newsletter) que nos invita a experimentar por vía sensorial, pero a «riesgo cero», lo que desactiva gran parte del atractivo experiencial.
Al igual que la teoría de la deconstrucción del filósofo Jaques Derrida tuvo su mejor plataforma en las elaboraciones de la cocina de excelencia, parece llegada la hora de que la evanescencia espumosa de Zygmund Bauman salga a escena, también por vía culinaria. Y lo haga de la mano del placer acalórico. Una nueva modalidad de ingesta, perfectamente equiparable a la respiración o, para ser más exactos, a la inhalación: es el whiffing (inhalación), una suerte de fusión entre el arte de la cocina y la ciencia de los aerosoles. Con la inhalación, la experiencia sensorial es ya el único objetivo de la comida y no hay más que inhalar para percibir un apetitoso sabor que inundará los receptores gustativos de nuestra boca y saciará el posible apetito (consecuencia, seguramente, de la ansiedad más que del hambre).
David Edwards, un joven, prestigioso y polivalente investigador de la Universidad de Harvard, ha creado, a partir de esa teoría, Le Whif, un sencillo sistema de comer, a «riesgo cero». El lanzamiento del nuevo producto, que se realizará puntualmente mañana, 29 de abril de 2009, en las principales capitales mundiales, va acompañado de una novela de igual título, junto con las primeras recetas de esa nueva modalidad gastronómica. La deconstrucción, por tanto, ha sido superada por los acontecimientos y ante la disyuntiva de encontrar una nueva denominación para la fluidez conceptual que se avecina, descartaremos las espumas, las nubes y los humos, que ya forman parte de la fenomenología culinaria del pasado y nos quedaremos con la respiración como paradigma, la inhalación de la realidad que nos ofrecen los sentidos, sometidos a la naturaleza o al casco sensorial. En cualquier caso, es el whiffing, Mr. Bauman, la estética de esta nueva realidad.
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