Steven Shevell, psicólogo de la Universidad de Chicago, especialista en el color y la visión, acaba de publicar las conclusiones de su investigación en la revista Psychological Science. En su trabajo, Shevell nos muestra, mediante un experimento de gran solidez, que los distintos atributos sensoriales de un objeto son procesados por el cerebro de forma independiente y paralela.
El investigador afirma que «un aspecto de la visión humana que normalmente no apreciamos es que las diferentes características de un objeto, incluidos el color y la forma, pueden ser representadas en diferentes partes del cerebro. Así, por ejemplo, si una persona ve una pelota de baloncesto en movimiento, la percibe con unos determinados color, forma y velocidad. La reunión de estas características, que hace posible que percibamos la pelota como un todo, es fruto de una compleja función cerebral».
Es por ello que Shevell va más allá y afirma que «el color está en cerebro. Es construido de la misma forma que se construyen los significados de las palabras». Una afirmación en la que parecen resonar los trabajos de Paul Kay sobre la evolución cultural de las sociedades humanas y la semántica de los colores.
Sin embargo, el tema candente, la identificación del nivel en el que se genera la realidad que valida nuestro cerebro, sigue moviéndose en un terreno en el que las hipótesis avanzan con una lentitud impropia de la eficiencia científica actual (seguramente porque «el objeto de estudio es de la misma naturaleza que el instrumento de conocimiento» 1). En ese territorio, la publicación de Shevell hace aportaciones significativas al declarar que el color no es una propiedad fundamental de la materia sino un patrón que se adiciona a un objeto en función de procesos bioquímicos que se producen «en los ojos y en el cerebro». La independencia de un objeto respecto de «su» color viene corroborada por el trabajo experimental del investigador que demuestra, mediante la técnica de la rivalidad binocular, que cuando eliminamos el vínculo objetual de una percepción cromática, la percepción del color persiste, y entonces el cerebro la integra en otro objeto percibido, fusionando ambas percepciones y generando una realidad que no se ajusta a la que reconoceríamos como canónica.2
Estamos sin duda ante un eslabón más en el esclarecimiento del proceso integral de la percepción. Pero no únicamente eso. Este nuevo avance aportará implicaciones inmediatas por lo que respecta a incidir en los condicionantes y preferencias sensoriales de un observador, tanto en el ámbito cultural como en el del consumo. Ambos, sin duda, territorios demasiado propicios a esencialismos sin base científica.
Notas
1 Edgar Morin: La mente bien ordenada, Barcelona, Seix Barral, 2000, p. 38.
2 El autor se refiere a que es el cerebro quien decide que los flamencos sean rosas en un lago azul, y no al revés, pero que en condiciones propicias no tendría inconveniente en mostrar otra realidad.
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