Un estudio realizado por investigadores de la Northwestern University de Chicago (Estados Unidos) indica que nuestro sistema sensorial no es un receptor pasivo frente a la información que nos llega del exterior. Así, pues, la interacción entre los estímulos interiores y la experiencia individual definen la forma y el funcionamiento de nuestro cerebro y determinan, en consecuencia, qué sistemas sensoriales percibirán y responderán al mundo exterior.
Hasta el momento no existían investigaciones sobre los efectos de la carencia olfativa en seres humanos. Algunas observaciones sugerían que eran necesarios intensos impulsos aferentes para mantener la integridad de los sistemas sensoriales durante nuestra vida. Las neuronas sensoriales olfativas se regeneran continuamente y se van reemplazando, en cambio, el bulbo olfativo se mantiene en su lugar en el cerebro humano y espera a que sean sus neuronas las que se renueven por otras durante su vida.
El estudio se ha llevado a cabo con 14 individuos diestros, no fumadores y sin historial de enfermedades significativas o desórdenes psíquicos, de olfato, de sabor, de nariz, de oído o de garganta. La experiencia ha durado 7 días, en los cuales los sujetos han permanecido con la entrada de aire nasal cerrada mediante tapones que se iban cambiando cada 4 horas (o incluso antes si se detectaba una entrada de aire) durante las horas de vigilia. Por la noche se les dejaba descansar y antes de levantarse se les volvía a aplicar el artilugio.
La habitación donde permanecían estaba libre de olores y el ambiente se mantenía a una presión negativa. Un nutricionista les diseñaba una dieta blanda y saludable para minimizar la exposición a olores retronasales y se empleaban productos sin fragancia para limpiar las habitaciones y los objetos que utilizaban. De esta forma, mediante medidas psicofísicas, imágenes de resonancia magnética olfativas y patrones analíticos varios, pudieron analizar cómo la sensibilidad del sistema olfativo produce una interrupción en la simulación sensorial.
Los resultados obtenidos son claros: el sistema olfativo es capaz de mantener el rendimiento de la percepción olfativa pese a la sustancial reducción de la entrada de olor aferente. Además, se ha demostrado que esta privación produce cambios reversibles en las cortezas piriforme y orbitofrontal del cerebro humano, lo cual puede ser decisivo en el mantenimiento de la percepción del olor tras haber sido interrumpido. Así pues, la privación durante una semana del sentido del olfato no tiene un impacto significativo en la función olfativa, pero sí produce un efecto modulador reversible del estímulo, en el que activa áreas del cerebro relacionadas con este.
También se ha demostrado que la corteza piriforme anterior derecha (APC), la corteza bilateral posterior piriforme (PPC), la corteza orbitofrontal bilateral (OFC) y la ínsula bilateral anterior cambian cuando la actividad del olor se reduce y vuelven a sus niveles de referencia cuando este sentido se recupera. Cabe destacar que la privación del olor afectó más al código de calidad olfativa en el OFC que en las regiones destinadas a la sensorialidad olfativa en sí.
Tras el período de privación olfativa, la especificidad de la zona OFC fue interrumpida y esto provocó cambios en los patrones de actividad cerebral relacionados con los cambios de conducta de forma similar entre los sujetos sometidos a estudio. Es posible que, dada la función humana del OFC, esta restricción precise de más requisitos para enfocar los recursos de atención a los estímulos entrantes.
Como conclusión podríamos decir que los períodos en los que se priva al cerebro de información sensorial se produce un cambio en su actividad y función, que este lo compensa de la forma menos drástica posible.
Bibliografía
Keng Nei Wu, Bruce K. Tan, James D. Howard, David B. Conley y Jay A. Gottfried.: «Olfactory input is critical for sustaining odor quality codes in human orbitofrontal cortex». Nature Neuroscience 2012; 15 (9): 1313-19. doi: 10.1038/nn.3186. |