Comer bien y disfrutar, eso es precisamente lo que queremos. Es un deseo legítimo, pero se ha vuelto difícil de satisfacer debido a las recomendaciones y advertencias que, a menudo, aparecen por todas partes. La preocupación nos atenaza. ¿Vamos a dejar que la angustia y la culpa nos invadan? ¿Vamos a desterrar el placer? Nos dice la sabiduría popular que no deberíamos hacerlo, porque la salud no es algo adquirido.
Debemos darnos cuenta de que asegurar el placer a la hora de comer no es puro capricho inconsecuente, sino un placer que tiene su razón de ser: asegurar el equilibrio adecuado entre calorías consumidas y calorías gastadas. Pero la sabiduría nos apremia a informarnos para responder con conciencia a estos estímulos. Tenemos que comprender mejor lo que es una experiencia de sabor, tan familiar, pero también tan mal comprendida.
Conozca cómo nacieron los sabores y aromas, cómo el «cerebro goloso» atribuye a los mensajes de los sentidos –a través de la experiencia y el aprendizaje habitual– que no son conscientes del valor emocional de los alimentos que estimulan el apetito, cómo el sabor monitoriza el control de calidad y la cantidad de lo que consumimos. Por lo tanto, conseguiremos comprender por qué la educación del gusto no es la represión de placeres intensos, sino la diversificación de sus fuentes.
«El cerebro goloso» André Holley Rubes Editorial, 2006, 223 páginas |